sábado, 3 de diciembre de 2016

Gala


Gala

Misteriosa y bella paseaba su suntuosa y exótica belleza imperial sobre el techo de un segundo piso. Yo observaba maravillada su majestuosidad. Imaginé que tenía hambre y le ofrecí alimento, pero sólo inclinaba su cabeza para mirarme. Al parecer, tenía miedo para lanzarse hacia abajo desde esa altura. Tres días después, ya estaba preocupada por su seguridad: el bello animal moriría de hambre y de sed. No pude continuar esperando y recurrí a los heroicos bomberos, quienes siempre solucionan estos dilemas. Al subir el valiente joven y tratar de atraparla, voló y aterrizó en una casa vecina y de ahí voló a otra más lejana.

En la madrugada del segundo día oí un grito fuerte, aturdidor. Me asomé por la ventana y la vi; allí estaba, parada sobre la barda. Seguramente recordó que anteriormente le había ofrecido alimento. Sin perder tiempo salí a encontrarla. Inmediatamente bajó, se posó a mis pies y comenzó a comer lo que le ofrecía. Hicimos conexión psíquica y desde entonces, hizo de mi hogar el suyo. Jamás la retuve ni le puse ataduras. Vuela libre a donde ella quiere. Sube por la noche a dormir en la azotea y en la madrugada baja a pasearse por el jardín. Es un hermoso objeto de ornato, el más bello objeto viviente.

Es de color marrón con un elegante y largo cuello de plumaje color jade metálico que lanza destellos verdes y dorados bajo el sol, y corona su cabeza con un penacho de plumas de un verde brillante. Una criatura exquisitamente diseñada. 

Alguna vez oí decir que las aves son torpes y de cerebro rudimentario. Yo he encontrado más nobleza e inteligencia en ella que en otros animales que se consideran más evolucionados e incluso que en algunos humanos.

Poco tiempo después, desapareció. Me entristecí, pensando que había decidido regresar al misterioso lugar del que escapó y el que solamente ella conoce, pero al buscarla cuidadosamente, la encontré entre la maleza; ya tenía su nido: diez huevos de color café claro, más grandes que los huevos comunes. Los recogí para ponerle su nido en la sombra, ya que estaba echada bajo el calcinante sol del mes de julio. Ella había ido a buscar su alimento y al volver, la observé desde mi ventana: hizo girar cada huevo con la pata y al olfatearlo, descubrió que fueron tocados. Entonces, abrió el pico enormemente, no creí que pudiera tener una elasticidad tan grande, tomó los huevos y los arrojó afuera del nido y sorprendentemente, a uno de los que quedaron lo tomó en el pico y voló hacia la azotea con él, sólo que la azotea tenía una pendiente pronunciada y el huevo rodó y se estrelló en el piso. La siguiente nidada, decidí dejarla donde ella la puso. Con el calor sofocante los huevos se descompusieron y al pisar uno lo rompió. Lanzaba unos gritos desgarradores y al final, puso el pico sobre el huevo roto y así permaneció algún tiempo, doliéndose de su pérdida. Ha pasado varios años a mi lado. Nos hemos acostumbrado una a la otra: ahora, aunque yo toque los huevos ya no lo encuentra ofensivo y continúa echada a pesar de eso.

Vive solitaria, no ha podido ser madre por falta de un macho que la fecunde. Cuando dejo la puerta abierta entra furtivamente, se para frente a un espejo que cubre la pared y se observa, de vez en cuando pica el espejo para ver si es otra y no ella quien le acompaña. Puede durar horas observándose. A veces, por la noche lanza graznidos tan fuertes que parecen sonidos graves de trompeta, quien la oye lo toma con filosofía y no se queja. Yo le he enseñado a obedecer y cuando comienza a graznar, le pido que se calle y cesa inmediatamente su grito.

Cierta vez oí un revoloteo en el patio trasero, un griterío de pájaros; salí y me encontré con que unos seis o siete chanates la habían atrapado. Bailoteaban a su alrededor, unos sujetándola de las alas, otros de la cola y otro, brincaba a la cara intentando picarle los ojos. Los espanté pero estaban tan excitados que ni siquiera me veían, hasta que los amenacé con un objeto. Desde entonces, en cuanto los oye gritar, corre a la puerta y grazna desesperada demandando auxilio. 

He aprendido a quererla y a protegerla, darle todos los cuidados necesarios para que viva feliz pero sé que el tiempo pasa y algún día deberá emprender el vuelo definitivo. ¿Qué será de ella? ¿Qué será de mí cuando se vaya? Intento no pensar en eso. Mientras, ella continúa buscándome por las mañanas para que la alimente, durante el día atrapa insectos entre el pasto y por la tarde regresa a mi puerta por su ración.

Yo la observo con un profundo sentimiento de satisfacción, agradecimiento y orgullo. Entre cientos de personas me eligió a mí, eligió mi casa para vivir y yo jamás la traicionaré. Vivirá conmigo hasta que una de las dos debamos obedecer órdenes superiores y tengamos que separarnos. Sueño que quizá nos sea concedido elevarnos juntas, desplegar las alas y cual Pegaso, me lleve sobre su espalda hacia la ciudad de los edificios dorados y las cascadas de cristal, donde nos estarán esperando otros seres amados, los que ahora nos sostienen con la sola esperanza del reencuentro.

Karmen Martìnez

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