miércoles, 14 de diciembre de 2016

En honor a mi padre




En honor a mi padre

Desde hace algunos años, especialmente, después de la muerte de mi adorado padre, mi vida se volvió monótona y gris. Llevaba el mundo a cuestas y no podía salir de la tristeza. Esta semana será su quinto año luctuoso. En mi nuevo libro me inspiré en su niñez y parte de su vida. Quiero compartir un pequeño segmento: 

“Te has obsesionado por conocer la infancia de tu padre y conciertas con él un viaje por su propio pasado. Disgregada en finísimas moléculas resplandecientes emerges fuera de ti misma. Trasciendes tu tiempo y tu espacio habitual para remontarte hacia el infinito hasta vencer la gravedad. Se han configurado como esferas de luz que surcan el firmamento. 

Tu mundo quimérico se dilata y se expande sin fronteras; más profundo, quizá, que el vasto océano. Te lleva en un viaje fantástico hacia tiempos lejanos y espacios yuxtapuestos. Te deslizas como las aves, por el viento y sobre el agua, entre el cielo y la tierra, desplazándote a través de las corrientes y cabalgando las mareas, en perfecto equilibrio y veloz travesía: a veces en ascenso… a veces hacia el horizonte […]. 

Desembocan en el vacío sin tiempo de una época lejana […]. Frente al río adormilado de destellos verdosos, que se desliza sobre un lecho empedrado, parcialmente interrumpido por grandes peñascos, en la orilla cubierta de grandes piedras volcánicas, grava y arena, avizoran a tu padre niño, demasiado niño, de unos cinco a seis años […]. Ha convertido ese lugar de montañas, cavernas y cascadas en su reino, su hogar y su refugio.

Así recorre su tiempo, fantasioso y solitario, atado a la tierra. Pastoreando su hato por los valles; con sus inquietos sueños trepando las laderas, siguiéndolo fieles por los montes o nadando con él en las cascadas, en el río o en el arroyo. 

Se baña en el caudaloso río y lo desafía con audacia, nadando contra corriente para probar su habilidad o lanzándose desde lo alto de los peñascos en peligrosos clavados: como águila en picada, abre los brazos, une las manos sobre su cabeza y, mientras cae, vence la gravedad; por un momento queda suspendido en el viento, entre la cumbre y el río, luego, alcanza grandes velocidades antes de caer y, triunfalmente, se desliza sobre el flujo de las olas. 

En poco tiempo ha logrado convertirse en un experto nadador y, como un pez, gira velozmente antes de llegar al fondo. Emerge a la superficie y la corriente peina sus cabellos lacios formando una estela de burbujas y espuma alrededor de su cuerpo pequeño y ágil.

Te domina una inefable ternura y grandes deseos de acercarte y abrazarlo pero él no sabe que está siendo observado […]. Vuela osado, sin ataduras, como un halcón, desplegando sus excelsas y gloriosas alas en plena y absoluta libertad, sin nada ni nadie que logre quebrantar o aprisionar su espíritu; así será por siempre, hasta el final de sus días y... aún después”.

Fragmento de El silencio de la alondra.
Karmen Martìnez





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