Cuando era yo adolescente, un día, mientras esperábamos en un semáforo una amiga y yo, se paró una limosina a un lado. Era Juan Gabriel; bajó el vidrio para saludarnos, pero cuando reaccionamos, ya había arrancado. Posteriormente, tuve varias oportunidades para conocerlo personalmente a través de una persona cercana a mí, que intervenía en la firma de sus contratos; pero en ese tiempo estaba demasiado ocupada e incluso, me perdí un concierto de él porque tenía un examen muy difícil al día siguiente.
Se pasó el tiempo y mi admiración por el hombre sencillo y excepcionalmente talentoso crecía. Admiré profundamente la forma en que supo llevar el éxito; la valentía para sustraerse a las calumnias y los chismes baratos y a los ataques de los envidiosos. Admiré también su gran dignidad, además, de su maravillosa voz y sus hermosas canciones de profunda soledad.
Ahora, esperaba que regresara a vivir a Ciudad Juárez para intentar un encuentro con él... Ya no podrá ser.
Se reunirá con su entrañable madre y cantará por siempre, pues él dijo que jamás se retiraría y que moriría con su carrera todavía vigente. No creo que renuncie a su pasión por el canto, y de acuerdo con una de sus canciones que dice: "Un día que andaba en el campo me encontré con el Eterno; me dijo que el que baile y cante nunca se va a ir al infierno". Entonces, no es difícil adivinar dónde se encuentra hoy.
Mi amor y mi gran admiración por siempre; será un ejemplo a seguir y cuando, a mi vez, sea lastimada injustamente, lo recordaré como un icono del estoicismo (aguantar los ataques con dignidad) (Viene de la Escuela filosófica griega y grecoromana e concepción ética según la cual el bien no está en los objetos externos, sino en la sabiduría y dominio del alma, que permite liberarse de las pasiones y deseos que perturban la vida).
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