La filosofía estética se finca sobre la belleza. Así como el Principito decía: “No hay tiendas donde vendan amigos”; se puede asegurar que tampoco las hay donde se venda el encanto interior. Ese hay que trabajarlo. La sencillez es la base del encanto: ser espontanea, inteligente, femenina no significa llevar la ropa más cara, el maquillaje más perfecto o acudir a la cirugía para corregir defectos físicos. Es tener una conversación armoniosa, una sonrisa constante, imaginación y creatividad. También, aceptar que no todos nos van a adorar.
Sería maravilloso decir: “Soy bella y todos me aman”. Pero es “arma de doble filo”. Una persona a quien todos aman sería, en realidad, una persona sosa e insignificante si tomamos en cuenta que el encanto y la inteligencia como el éxito no son bien aceptados por algunas personas. Por lo tanto, es mejor tener algunos detractores, ellos serán el termómetro que marcarán nuestros avances; nos estarán advirtiendo de lo mucho o de lo poco notables que somos, muchas veces de manera amarga pero, definitivamente, necesaria.
Karmen Martìnez
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