viernes, 20 de mayo de 2016



Decía Facundo Cabral: “Me hago cargo de mi soledad y de mi canto. La soledad me la impusieron y aprendí a amarla y ahora la busco, y cantar es un acto de amor”. El gran hombre de espíritu maravilloso que se decía analfabeta y tenía una sabiduría extraordinaria. El corazón ama pero el cerebro pregunta. 

Decía que los humanos aman las malas noticias porque odian la vida. Es mejor hablar de lo malo que hace éste, ese, aquel o el otro que hablar de las de las constelaciones, de las flores o del amor. Los que se la pasan criticando o juzgando a los demás es porque se odian a sí mismos y tienen miedo; no tienen vida propia, ¿cuándo viven? Si pasan la vida buscando quien se equivocó, qué hacen o como viven los demás. 

Yo creo que la mayoría del tiempo no queremos “conocer bien” a los demás, sino “conocerlos mal” para satisfacer ese morbo que provoca el bienestar que causa saber que aquel “no es todo lo bueno que se creía que era”. Llena de placer “agarrar en falta a otros”. 

Eso, decía, no es la vida, es una peste, es un veneno. Cabral iba dos veces al año a La India ayudar y bañar niños leprosos. Hablaba con la Madre Teresa y veía el silencio profundo que se producía a su paso y a la gente cayendo de rodillas ante ella y para él “Eso es el amor” y cuando hay amor no hay pobreza. Lo que mata es la indiferencia de los demás. 

Decía de Borges que a los 85 años le leía para que corrigiera sus escritos (algunos recordarán que Borges era ciego); y termina diciendo: “El paraíso no está perdido sino olvidado, en una eternidad siempre se puede empezar de nuevo”. 

A cualquier edad y bajo cualquier circunstancia, entiendo… Finalmente, esos hombres fueron elegidos por Dios para mostrarnos la sabiduría. Así era también mi padre. La pregunta es: ¿Quién, por Dios, quería matar a un hombre semejante? ¿Quién podía ódialo?


Es hermoso el sentimiento que despierta el arte.


Karmen Martínez








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