El Hijo que Dios me dio y llenó mi alma de amor
era como un corderillo, muy travieso y juguetón.
Al mirarlo yo sabía que no habría dicha igual;
sólo sentirme su madre me daba alegría sin par.
Cuando yo mecía su cuna
sentía un amor inmenso;
Ahora cuando tengo penas
pienso en aquellos momentos.
Fue creciendo mi pequeño, la dulce infancia quedó atrás
y entre más pasaba el tiempo yo le amaba mucho más.
Es ahora un adolescente y como la palabra lo dice:
sufre, goza y se divierte mientras mi alma lo bendice.
Yo le pido a Dios que lo guíe, airoso
al largo camino que comienza ansioso.
Espero que sepas, amor de mi vida,
lo que como madre le pido al Eterno:
que tu pie jamás se encamine torpe,
a la triste vía que lleva al infierno.
La gloria solo es una recompensa
para los que buscan la felicidad,
y el infierno son las penas amargas
del que nunca supo vivir de verdad.
Cuando haya pasado ya tu adolescencia,
cuando ese tiempo quedase atrás,
recuérdalo siempre, ya jamás olvides;
ayuda al que llegue a tomar tu lugar.
Mi vida, algún día Llegará al ocaso
y tu primavera se terminará;
piensa en tu futuro, evita el fracaso,
y las penas, todas, quedarán atrás.
Si una cruel espada sangrara mi pecho,
retírala pronto de mi corazón
aunque en el intento se quede deshecho:
evita que pueda perder la razón.
Vuelve a ser mi niño confiado y travieso;
vuelve a refugiarte en mi corazón.
Olvida tus penas, tu dolor sombrío...
o ven a reunirlo junto con el mío.
Cuando te hayas ido lejos de mi vida,
mi amor infinito seguirá tus días.
Y cuando regreses cubierto de gloria,
sólo yo, hijo mío, sabré de tu historia.
Pero si regresas con dolor inmenso
mis labios cansados te darán sus besos;
mi mano marchita tocará tu frente
para que olvides la pena inclemente.
Y si por azares de el cruel destino,
mi vida aún joven, este la truncara,
ojalá recuerdes siempre mis consejos,
ojalá sea fácil cuidar de tu hermana.
Esa pequeñita, la luz de mis ojos,
alumbre el camino de dolor que espera.
Sé que los dos juntos, mis grandes amores
triunfarán airosos al final de la vera.
Sea tu recompensa cuando ya la mires,
una señorita hermosa y espléndida.
¡Qué darán mis ojos en aquel instante,
por ver ese cuadro de ternura inmensa!
Y para expresarte mi agradecimiento,
busca en las mañanas en el campo enhiesto,
rocío en verano, escarcha en invierno:
las lágrimas mías sobre el pasto tierno.
Karmen Martìnez
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