Mi desolación no conocía orillas. Mi esfuerzo por trascender fue formidable, más allá del límite del mundo buscaba sin encontrar. Ponía mi alma y mi corazón para alcanzar el cielo, pero una nube negra eterna cubría mi firmamento. Un día apareció y el momento mágico trastornó mi mente. Ese ser extraordinario eclipsó mis días. Dios lo sabe, era como si desintegrados en minúsculas partículas, mezcladas una con la otra, dos llamaradas se movieran al compás del viento en ritmo perfecto: montaña acariciada por el vendaval, ola de mar rizada por la brisa, horizonte bañado por el crepúsculo.
Una noche la nube implacable y perversa cubrió de nuevo mi cielo, el viento se volvió un huracán, el mar se cubrió de niebla y oscuridad, y el dulce crepúsculo desapareció. Y a la luz difusa de la noche en tinieblas mi corazón pregunta: ¿Qué pasó por tu mente, ojos de ternura indescriptible? ¿Qué malvado gnomo te tocó con su perversidad? ¿Qué fue de la suavidad ardiente de tu mirada? ¿Qué será de mí, barco olvidado que naufraga entre la bruma? El tiempo se lleva inexorablemente mis días y me aleja más y más del recuerdo sutil de tu presencia.
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