No me busques,
madre…
Perdido en la niebla, trémulo, extasiado;
lejos, ya muy lejos, en algún lugar.
—¿Bello? —Sí, muy
bello. —¿Grande? —Sí, muy grande, pero muy lejano ya de tu existencia.
—Yo sé que algún
día estaremos juntos, tú hallarás la forma de llegar a mí
—Yo estaré
esperando al clarear el alba que en la nívea espuma… te regrese el mar.
Cuando en el
invierno el dolor te agobie, piénsame, evócame con el mismo amor;
no dejes que el
frío congele el recuerdo y la nieve borre de tu corazón
el cariño inmenso,
la dulce mirada, el afecto grato y la gran ternura
que me profesaste
desde el primer día en que me acogiste con gran devoción.
Ya no busques,
madre, en el cementerio la esencia de mi alma y a tu pena alivio...
el sepulcro guarda
solo la figura que un día, amorosa, formaste en tu seno.
Búscame en la
aurora, búscame en la brisa, en las suaves notas de una melodía,
busca en el
arpegio: sus ritmos y tiempo, que recoge el mar y dispersa el viento.
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