Cuando Buda, cuya sabiduría humana alcanzaba niveles divinos, sintió que moría, se despidió de sus doce discípulos y convocó a los animales de la Tierra. Llegaron doce: La Rata, El Búfalo, El Tigre, La Liebre; de las moradas subterráneas y vomitando fuego llegó El Dragón, luego, La Serpiente, El Caballo, La Cabra, El Mono, El Gallo, El Perro y El Jabalí.
Como yo pertenezco al signo del Dragón voy a describirlo: mítico, fantástico, loco, bello, quimérico, arrojando fuego por las fauces; proclama lo que callamos, muestra lo que ocultamos. Es un ornamento inútil y precioso. Trae consigo la buena suerte. Es el rey de los locos, pero sin la locura no sería posible reconocer la sabiduría; sin la sombra, la luz. El Dragón habla como un adivino, como un cancionero de protesta que lanza la verdad al viento. Representa lo inalcanzable y nos incuba la tentación de combatirlo y de vencerlo; que es, en realidad, el deseo de vencernos a nosotros mismos. Vencer al Dragón es lograr un mundo de luz y gloria; la recompensa del justo y del valiente.
Existen cinco tipos de vectores a los que pueden pertenecer los Dragones: Fuego, Tierra, Agua, Metal y Madera. Según la estación del año en que nace el Dragón, puede ser Dragón de primavera, de verano, de otoño o de invierno. En China es considerado un ser mítico, medio hombre, medio dios. Quienes nacen bajo el signo del Dragón son reputados como sabios; a menudo, las personas acuden a ellos por consejos.
(Continuará...)
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