domingo, 10 de mayo de 2020

¿Gracias?




Gracias, mi Señor

Quiero darte las gracias, mi Señor, por las bendiciones, regalo divino que me has dado:
Por el cansancio, por las desilusiones, por la angustia, por mis tropiezos y mi desesperación; además, por las alegrías, las satisfacciones, la plenitud y, especialmente, por tu amor. Por el amor de mi padre y de todos los que me han rodeado a lo largo de mi vida. Algunos me dieron amor y afecto; otros, desilusión y penas, pero, igual, lo agradezco porque eso me enseñó a luchar, a pelear y me hizo fuerte.

Las lágrimas que derramé limpiaron mi alma, mi vida y mis ojos; el dolor que padecí forjó mi espíritu y pude compartir con los demás su fruto. Los conocimientos adquiridos han servido para convencer y espero que, también, para enseñar o iluminar con mi pequeña e insignificante luz a otras personas. Mis pasos no siempre fueron seguros, no siempre fueron firmes, pero sí, muy insistentes.

Mi padre me enseñó a amarte y por eso lo amo. Porque me hizo observarte en cada estrella, en cada brizna de hierba, en el rocío de las plantas en primavera y en la reluciente escarcha en el invierno. Me enseñó a cantar para alabarte y a buscarte más allá de las constelaciones, cuando los ojos se llenan de lágrimas y el corazón grita, buscando una respuesta que nadie conoce.

Gracias por los amigos “a toda prueba” que me has dado. Durante las grandes dificultades de mi vida muchos se quedaron en el camino y los perdí; los que persistieron, afirmaron y reforzaron el divino lazo de la amistad. Te agradezco tanto a unos como a los otros; ambos me dieron lecciones de existencia y supervivencia.

¡Gracias!

Sin embargo, después de todo, ahora quiero preguntarte, ¿por qué...? Las lágrimas ya no limpian mis ojos sino que los consumen; el dolor ya no forja mi espíritu sino que los desgarra y ya sólo puedo compartir tristeza... La prueba fue excesiva, mortal.

Karmen Martìnez

El tiempo y el espacio siempre infinitos



La lluvia comenzó a caer como si el cielo llorara. El músico, dijo: “Hoy le pido al universo como todos los días me conceda verte sólo un instante, nunca te irás y nos amaremos hasta el final de los tiempos; haré música y cantaré para ti. Más allá de las estrellas buscaré un lugar para seguir amándote con mis cantos y mis notas. Esto es lo que siento: con poemas te beso, con canciones te amo, con mi alma te ofrezco estar a tu lado más allá del tiempo y del espacio, siempre infinitos. Esto que siento crece y no se detiene. ¿Qué me has hecho? Nunca he podido sentir nada igual ni más bello. Si existe algo más hermoso, mis ojos no quieren verlo. Flota mi ser al sólo pensarte y temblando me pregunto: ¿Cómo voy a actuar? No sé si mi voz responda".

La lluvia arreció y el viento elevó su gemido mientras el músico postraba su exótica humanidad sobre el fango… y expiró.

Autor: Samuel Eduardo 
Poema en prosa publicado en Dos mirlos blancos revoloteando en el lago, de Karmen Martìnez




Lágrimas

Éramos como dos personas guiadas por el mismo deseo, como dos individuos con un único intelecto, como dos seres habitando en un solo cuerpo.

Y de repente la soledad, el silencio, el desconcierto.

(...) Después de un tiempo me doy cuenta de que por mucho que lo espere nunca volverá. Levanto la vista y miro el camino hacia adelante. Desde donde estoy el paisaje parece un pantano. Unos metros al frente la tierra se ha vuelto un lodazal. Cientos de charcos y barriales me muestran que el sendero que sigue es peligroso y resbaladizo.

No es la lluvia lo que ha empapado la tierra. Son las lágrimas de todos los que pasaron antes por este camino mientras iban llorando una pérdida.

También las mías, creo... pronto mojarán el sendero.

El camino de las lágrimas
Jorge Bucay
 
Nadie te amó tanto ni con tanta fuerza, más grande que la de este río que corre desbocado hacia el mar.

 


viernes, 8 de mayo de 2020

A Samuel Eduardo

Misterio
(A Samuel Eduardo)
 
La muerte me arrebata tu juvenil ternura; conjunto idolatrado de varonil nobleza.
Enigma desolado, destino ineludible, de un dolor inhumano mantiene a mi alma presa.

Al mirar tu retrato y encontrarme tus ojos de dulce y clara miel cautiva en tus pupilas,
mi razón busca en vano encontrar un intersticio que me introduzca en tu alma de aguas claras, tranquilas.

Pero yo…

No logro descifrar la enigmática mirada de ojos tan profundos que me hieren el alma;
miradas que se callan cerradas al misterio, tras velo inescrutable de dudas o de calma.

Emerges de mi alma, doliente y aterida, dejándola vacía y perdiéndose en la nada;
sin rumbo, como barca en mitad del mar nocturno, sin brújula ni velas, en negra marejada.

Olvidada y confusa mirando a las estrellas, buscando un horizonte en la noche tenebrosa;
mi alma de cristal, impresionable y sensitiva se agita aleteando: extraviada mariposa.

Mi corazón deshecho te grita delirante, te busca revolviendo los sueños y la bruma;
flotando entre las sombras, hendiendo la agonía en monte, en cielo y en, del basto mar, la espuma.

Pero tú no respondes y mi voz no te alcanza y un profundo silencio por olas quebrantado,
retumbando en la noche opresiva y misteriosa los latidos frena de mi corazón desgarrado.

El brillo de esos ojos que ocultan horizontes, estrellas en la noche desierta y solitaria;
si ríen o si lloran o vuelan con el viento. ¡Quién pudiera adivinar que ocultan o qué callan!

Te quedarás en mi corazón, joven por siempre. No surcarán las arrugas ya tu adorable faz
ni marchitarán las canas tu lozana frente ni volverá el mundo a lastimarte jamás.

Ve en paz, amor mío, busca un lugar de ensueño; encuentra a aquellos: todos los que te amaron tanto.
Sé feliz en el tiempo y el espacio infinitos y sigue con tus notas, tus sueños y tu canto.
Karmen Martìnez




Karmen Martìnez


Así habló Saratustra

¡Tú!, gran astro, qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas (...) Sin mí, mi águila y mi serpiente te hubieras hartado de tu luz y de este camino, pero nosotros te aguardábamos cada mañana, te liberábamos de tu sobreabundancia y te bendecíamos por ello. 

 Mira, estoy hastiado de mi sabiduría como la abeja que ha recogido demasiada miel. Tengo ganas de manos que se extiendan. Yo, igual que tú, quiero hundirme en mi ocaso (...) 

El bosque y las rocas saben callar dignamente contigo. Vuelve ser igual a aquel árbol al que amas; al árbol de amplias ramas, el árbol que, silencioso y atento, pende sobre el mar.



“¡…Oh, Zaratustra, quién eres y quién tienes que llegar a ser: tú, el maestro del eterno retorno, ese es tu destino! [….] Cómo no va a ser ese gran destino también tu máximo peligro y tu máxima enfermedad! Dirás: Ahora muero y desaparezco y en un instante seré nada, pero el mundo de las causas retorna.

Vendré otra vez con el sol, con la Tierra, con las águilas, con las serpientes. He dicho mi palabra, quedé hecho pedazos a causa de ella”.

Así habló Zaratustra
Friedrich Nietzsche.