“Amad, amad: todo lo demás no es nada”. La Fontaine
La encantadora hija del rey Anatolia tenía dos hermanas muy bellas. Sin embargo, el encanto de Psique era inigualable, tanto que provocó los celos de la misma diosa Afrodita. Sabemos que la envidia, aun en los dioses, es un sentimiento nefasto y devastador.
Para destruirla envió a Eros (Cupido) quien lejos de usar su flecha para inducirla a enamorarse de algún espantoso y deleznable monstruo, según los planes de Afrodita, termina enamorándose de ella. La rapta y la lleva a su palacio y solamente la visita de noche, amándola en la oscuridad; le pide que no encienda la luz si no quiere perderlo para siempre. Ella lo ama “a ciegas”.
Tanto en los cuentos como en la vida real existen seres enfermos de envidia, así que sus hermanas, dispuestas a destruir su felicidad le aconsejaron encender una lámpara mientras Eros duerme: debía ser un monstruo horrible si estaba tan empeñado en ocultarse. Por lo que, Psique, curiosa, obedece. Contempla a la luz de la lámpara a un hermoso muchacho, pero una gota de aceite escapa de la lámpara y lo despierta. Muy ofendido, él escapa y la abandona.
Las dudas destruyen y atender consejos de quien no tolera la felicidad ajena, puede llevar a perderla y a veces es irrecuperable. Se niega el amor a sí mismo y se lo niega a la persona amada. Cuando se reacciona puede ser demasiado tarde. ¿Cuántas veces hemos dejado ir momentos hermosos por “el qué dirán”? ¿Cuántas veces, los que te rodean, al ver que eres amada (o) intervienen presurosos a interferir? Y, ¿cuántas veces, cedemos a la maledicencia, abandonando algo que puede ser muy hermoso y trascendente, y mientras que los envidiosos quedan plenamente satisfechos, nosotros quedamos plenamente frustrados?
Karmen Martìnez
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