Justicia divina
De un hueco del destino ya herrumbroso,
en lejano eco de un grito desolado
retumbaba mi lamento quejumbroso
sobre un tema que hasta Dios había olvidado.
La humana justicia casquivana huía
y Dios la divina también demoraba
y saldar su adeudo siempre rehuía
y en eterna espera siempre me dejaba
tropezando en restos de promesas muertas,
deambulando sobre hiel, duda y temores,
y pendía en la oquedad de mi alma yerta
el marchito ramillete de sus flores.
La neblina desplegó sutil su velo
menguando la luz del día mortecino,
y yo pedía vanamente un consuelo
aquel otoñal crepúsculo anodino.
Cubriendo de olvido los meses y años
al tibio rocío lo tornó en escarcha,
esparció cenizas en los desengaños
y, sin pausa el tiempo continuó su marcha.
Se asía mi alma obstinada a la sombría
quimera evasiva, cual cautiva yedra,
y el furor de la obstinación daría
a mi espíritu la dureza de la piedra.
Retorné de nuevo con mi antigua queja
y al sagrado templo retomé mi vera;
la réplica santa se ha tornado vieja
y tenaz repite: “espera… espera…”
Una de las causas de mi honda protesta
sucumbió en la insidia de las tempestades;
la otra persiste y busca la respuesta
entre escombro y ruinas de mis soledades.
Hoy, en este aciago atardecer cetrino
meditando fatigada, desespero,
y… propuesto un pacto con el Ser Divino
en estoico letargo, espero… espero…
Karmen Martìnez
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