sábado, 20 de mayo de 2017

MANELIC



Como una cabra arisca bajó de su montaña,

de su montaña que era salvajemente huraña
como su espíritu hecho a las bravas alturas,
como su cuerpo en donde dejaron huellas duras
el sol de fuego, el soplo de las tormentas locas
y mordidas de lobos y arañazos de rocas.

Bajó de los picachos a la llanura un día;
allá dejó el rebaño, la choza, la jauría,
los agrios vericuetos, las claras soledades
dominio de las águilas y de las tempestades.

Arriba dejó todo cuanto su vida era,
y con un dulce sueño dentro del alma fiera
vino a la tierra baja, a tierra misteriosa
que miraba de lo alto como una vaga cosa
que no le era dado conocer hasta cuando
bajase por la amada que le estaba esperando.

¡La amada, la hembra llena de suavidad, aquella
que él miraba en las noches temblar en cada estrella,
a la que luego en sueños como una luz veía
y que en el sol brillaba al despertar el día.
Aquella en que pensaba sin tregua año tras año
viendo cómo en los riscos se ayuntaba el rebaño
y cómo en el silencio del monte adormecido
las águilas buscaban el calor de su nido!

Y así vibrante bajo las pieles de su sayo,
su ser, quizás engendró de una cumbre y un rayo,
ingenuo y primitivo, enamorado y fuerte,
el pastor bajó un día de cara hacia la suerte.

¡Y ahí , en la tierra baja, en la tierra del amo,
Manelic halló cruda decepción al reclamo
de un amor que él quería nuevo, fértil y suyo,
¡suyo no más!, alegre como un temprano arrullo
de tórtola, como eco de canción un cariño
como un regazo donde durmiese como un niño!

¡Y supo que ahí lejos de los hoscos rediles
que dejó en la montaña los hombres eran viles,
más viles y traidores que las malas serpientes
que abajo se arrastraban lo mismo que las gentes!

¡Y supo que su amo, el amo que le daba
la mujer que allá arriba como un cielo soñaba
era el más vil que todos y que también mentía
y que era como un lobo que robaba y huía!

Supo algo más horrible: la mujer de su sueño 
era del amo. El amo era el único dueño
de todo: de la tierra, del amor, de la vida...
El era sólo un siervo, la bestia encarnecida,
una cosa, un pedazo de carne esclavizada,
sin derechos, sin honra, sin amor y sin nada

Y entonces, entre el asco de toda la mentira,
de toda la cruel veja del mundo sintió ira,
ira trágica, noble de león provocado
que se ha dormido libre y despierta enjaulado.
Y oyó que de él reían como de simple y bobo,
¡De él!, que igual que a un hombre estrangulaba un lobo
Ya no pudo más, y un día se alzó contra el tirano
y le arrancó la vida. Con su plebeya mano
se hizo justicia el siervo...!
Todos enmudecieron
Ante el soberbio triunfo y estupefactos vieron
cómo el pastor hirsuto labraba bestia huraña,
¡y con su mujer en brazos se volvió a su montaña!

¡Oh, Manelic! ¡Oh plebe que vives sin conciencia
de tu vida oprobiosa, que arrastras la existencia,
dócil al yugo innoble que adormece tu alma
de hierro, en el marasmo de ignominiosa calma!

¡Oh Manelic!, ¡oh, carne santa y pura del pueblo, carne abierta
bajo el golpe del látigo infamador!; ¡despierta!

Cuando entre la impudicia de los hombres te sientas,
cuando en tu pecho el odio desate sus tormentas,
cuando todo te nieguen y te insulten el orgullo,
¡levántate y exige que te den lo que es tuyo!
¡Levántate! ¡Tú eres la fuerza y el derecho!
Si te estrujan la vida, si te infaman el lecho,
si te pagan la honra con mezquino mendrugo.
¡No envilezcas de miedo soportando al verdugo!

¡No lamas como un perro la mano que te ata!
haz pedazos los grillos y si te asedian, ¡mata!
No temas nada y hiere, porque Dios es tu amigo
y por tu brazo tal vez desciende su castigo.
¡Que la soberbia leve halle tu brazo alerta,
que a veces es justicia que la sangre se vierta!

¡Oh Manelic! ¡Oh plebe que vives en la altura!,
ven a la tierra baja, desciende a la llanura
y cuando aquí te arranquen en miserable robo
tu ilusión, que tus manos estrangulen al lobo.
¡Que lo fulmine el rayo que vibra en tus entrañas
y después con lo tuyo regresa a tus montañas!

Antonio Mediz Bolio.

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