domingo, 21 de mayo de 2017

Lo peor que me ha pasado


Le pedí a mis alumnas en Literatura que hicieran un soneto y este me pareció muy ingenioso, espontáneo y divertido. Le pedí a Karla (mi alumna) que me permitiera publicarlo.

De Karla Aseret Pérez López

Lo peor que me ha pasado

Lo peor que me ha pasado... conocerte:
hoy de noche ya no puedo ni dormir.
A tu lado descubrí lo que es sufrir;
sin embargo, dicen que debo quererte.

Cómo hacerlo si te tornas tan compleja.
Pasa el tiempo y no logro ver la luz;
muy lejos quiero tomar un autobús
o morir picada por una abeja.

Todo para no volver a verte,
hasta de irme a Mc Donald soy capaz.
Aseguran: "Aprender debe dolerte"

Yo sólo quiero un poquito de paz;
volver a cuando no tenía que verte,
aunque ese tiempo quedó demasiado atrás


sábado, 20 de mayo de 2017

MANELIC



Como una cabra arisca bajó de su montaña,

de su montaña que era salvajemente huraña
como su espíritu hecho a las bravas alturas,
como su cuerpo en donde dejaron huellas duras
el sol de fuego, el soplo de las tormentas locas
y mordidas de lobos y arañazos de rocas.

Bajó de los picachos a la llanura un día;
allá dejó el rebaño, la choza, la jauría,
los agrios vericuetos, las claras soledades
dominio de las águilas y de las tempestades.

Arriba dejó todo cuanto su vida era,
y con un dulce sueño dentro del alma fiera
vino a la tierra baja, a tierra misteriosa
que miraba de lo alto como una vaga cosa
que no le era dado conocer hasta cuando
bajase por la amada que le estaba esperando.

¡La amada, la hembra llena de suavidad, aquella
que él miraba en las noches temblar en cada estrella,
a la que luego en sueños como una luz veía
y que en el sol brillaba al despertar el día.
Aquella en que pensaba sin tregua año tras año
viendo cómo en los riscos se ayuntaba el rebaño
y cómo en el silencio del monte adormecido
las águilas buscaban el calor de su nido!

Y así vibrante bajo las pieles de su sayo,
su ser, quizás engendró de una cumbre y un rayo,
ingenuo y primitivo, enamorado y fuerte,
el pastor bajó un día de cara hacia la suerte.

¡Y ahí , en la tierra baja, en la tierra del amo,
Manelic halló cruda decepción al reclamo
de un amor que él quería nuevo, fértil y suyo,
¡suyo no más!, alegre como un temprano arrullo
de tórtola, como eco de canción un cariño
como un regazo donde durmiese como un niño!

¡Y supo que ahí lejos de los hoscos rediles
que dejó en la montaña los hombres eran viles,
más viles y traidores que las malas serpientes
que abajo se arrastraban lo mismo que las gentes!

¡Y supo que su amo, el amo que le daba
la mujer que allá arriba como un cielo soñaba
era el más vil que todos y que también mentía
y que era como un lobo que robaba y huía!

Supo algo más horrible: la mujer de su sueño 
era del amo. El amo era el único dueño
de todo: de la tierra, del amor, de la vida...
El era sólo un siervo, la bestia encarnecida,
una cosa, un pedazo de carne esclavizada,
sin derechos, sin honra, sin amor y sin nada

Y entonces, entre el asco de toda la mentira,
de toda la cruel veja del mundo sintió ira,
ira trágica, noble de león provocado
que se ha dormido libre y despierta enjaulado.
Y oyó que de él reían como de simple y bobo,
¡De él!, que igual que a un hombre estrangulaba un lobo
Ya no pudo más, y un día se alzó contra el tirano
y le arrancó la vida. Con su plebeya mano
se hizo justicia el siervo...!
Todos enmudecieron
Ante el soberbio triunfo y estupefactos vieron
cómo el pastor hirsuto labraba bestia huraña,
¡y con su mujer en brazos se volvió a su montaña!

¡Oh, Manelic! ¡Oh plebe que vives sin conciencia
de tu vida oprobiosa, que arrastras la existencia,
dócil al yugo innoble que adormece tu alma
de hierro, en el marasmo de ignominiosa calma!

¡Oh Manelic!, ¡oh, carne santa y pura del pueblo, carne abierta
bajo el golpe del látigo infamador!; ¡despierta!

Cuando entre la impudicia de los hombres te sientas,
cuando en tu pecho el odio desate sus tormentas,
cuando todo te nieguen y te insulten el orgullo,
¡levántate y exige que te den lo que es tuyo!
¡Levántate! ¡Tú eres la fuerza y el derecho!
Si te estrujan la vida, si te infaman el lecho,
si te pagan la honra con mezquino mendrugo.
¡No envilezcas de miedo soportando al verdugo!

¡No lamas como un perro la mano que te ata!
haz pedazos los grillos y si te asedian, ¡mata!
No temas nada y hiere, porque Dios es tu amigo
y por tu brazo tal vez desciende su castigo.
¡Que la soberbia leve halle tu brazo alerta,
que a veces es justicia que la sangre se vierta!

¡Oh Manelic! ¡Oh plebe que vives en la altura!,
ven a la tierra baja, desciende a la llanura
y cuando aquí te arranquen en miserable robo
tu ilusión, que tus manos estrangulen al lobo.
¡Que lo fulmine el rayo que vibra en tus entrañas
y después con lo tuyo regresa a tus montañas!

Antonio Mediz Bolio.

Mater admirabilis





¡Mater admirabilis!

Todos los hombres de todos los tiempos
aprendieron a hablar con esta palabra,
las luces de los cielos se encendían oyéndola,
los árboles de la tierra florecieron escuchándola,
y los pájaros la cantaron en sus nidos
y en el bramido de las fieras retumbaba.

Cuando nació la vida, todo dijo:
¡Madre luz!,
¡Madre tierra!,
¡Madre agua!
y se prendieron los fuegos de los sacrificios
en las cimas broncas de las montañas.

Y la primera diosa de los hombres
fue la madre de aquel que bajaba
todos los días a fecundar al mundo
desde los cielos llenos de llamaradas.

¡Isis! – dijeron en el misterio de los templos
los sacerdotes de las mitras doradas.

¡Ceres! – cantaron coronados de rosas
los hierofantes de la Hélade blanca.

¡Astarté! – en los mares fenicios
gritaron las voces de los nautas.

Y hace doscientos siglos, en el tiempo
en que el tiempo no se contaba,
¡Kinich Kakmók!,
¡Madre de la vida!,
¡Madre de la fuerza!,
¡Madre de la llama!
¡En la gloria mística de los solsticios
clamaban en éxtasis nuestros padres mayas!

¡María!, en la hora de los evangelios
la luz de los cielos desciende a las almas
y en medio del claro vuelo de los ángeles
sobre los humildes llenos de esperanza;
la mujer que tiene un manto de luceros
y el dragón vencido bajo de sus plantas
mares de dulzura derrama en la tierra
y hasta ella los ojos dolientes levantan,
con sed de ternura y hambre de justicia,
y con voz de herida humanidad le llaman
¡Madre de Dios!,
¡Madre de misericordia!
y ella tiene al pecho, siete puñaladas
y en los ojos tiene siete estrellas fúlgidas
y lluvia de dones corren por sus lágrimas.

Dolor infinito y amor sin orillas,
¡Dolor y amor!, madre por divina gracia
¡Dolor y amor!, altas luces de la vida
¡Dolor y amor! grandes y eternas palabras.

Madre de los hombres, excelso prodigio
chispa de Dios dentro de la arcilla humana.

Mater dolorosa, la que siente al hijo
que al llegar al mundo, le rompe la entraña
la que luego gime junto al negro túmulo
de aquel que ya nunca volverá a besarla.

La que sufre el crudo martirio sin nombre
de los abandonos, que desvelos pagan,
pero que perdona, que perdona siempre,
y bendice el filo que le hiere el alma.

La que llora el hondo vacío de la ausencia
y todas las noches enciende una lámpara
y todos los días reza porque vuelva aquél
que está lejos y no dice nada.

La que entrega el hijo cuando se lo pide
La Madre de Madres que se llama Patria.

La que en el silencio de los campos santos
vestida de luto como sombra pasa
con las manos llenas de flores humildes,
y los ojos llenos de fúlgidas lágrimas.

Mater amorosa que mece la cuna
¡Madre que sonríe, que sueña y que canta!
mientras los pañales pequeñitos lava
cuando el niño cierra los ojos que ignoran
las cosas terribles que la vida guarda.

La que peina y riza los bucles de oro
como en sol de fiesta, toda iluminada
la que a todo pecho de ilusión respira
la que borda luego la inicial de ensueño
sobre el joven pecho que revienta en ansias.

La que besa el laudo que ganó el artista
y la cruz que el bravo ganó en la batalla
la que aroma el lecho del galán que busca
besos de quimera en reja romántica
o besos prohibidos en la pecadora fiesta
que a su sangre de incendio arrebata.

La que por un beso, sólo por un beso
casto y luminosos, sin dormir aguarda,
la que teje el velo nupcial de la hija
que de su regazo florido se marcha
a los brazos recios del que se la roba,
¡Porque así la vida, sin piedad lo manda!

La que luego enciende fuegos de alegría
y con rosas vivas el techo en guirnalda,
cuando el que ha sufrido retorna pidiendo
paz de nido para sus deshechas alas,
descanso y abrigo para su fatiga,
manos que se posen en sus frías canas
y otra vez canciones que arrullen su sueño
y otra vez caricias que curen su alma.

¡Madre de los héroes! ¡Madre de los mártires!,
¡Madre del soldado que cayó en campaña!,
¡Madre del que sueña con la gloria arisca!,
¡Madre del que busca paz sin encontrarla!
¡Madre del vencido sin lauro ni gloria!
¡Madre del que vence con fortuna y fama!,
¡Madre de mendigos y de paladines!,
de triunfantes próceres y de obscuros parias.

¡Sean todas benditas en todas las lenguas,
por todos los hombres de todas las razas!

¡Mater admirabilis!
¡Santas madres nuestras!
¡Qué nos dieron todos sin pedirnos nada!

Antonio Médiz Bolio

Lo fatal


Lo fatal


Dichoso el árbol que es apenas sensitivo
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser y no saber nada y ser sin rumbo cierto
y el temor de haber sido y un futuro terror
y el espanto seguro de estar mañana muerto
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos
y la carne que tienta con sus frescos racimos
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos

y no saber a dónde vamos,
ni de dónde venimos.

Rubén Darío

Karmen Martínez

Rulfo


"Me mataron los murmullos"
"Soy algo que no le estorba a nadie. Ya ves, ni siquiera le robé el espacio a la tierra. Me enterraron en tu misma sepultura y cupe muy bien en el hueco de tus brazos".
Del incomparable Juan Rulfo
Pedro Páramo
Centenario del escritor Juan Rulfo
"Poco después del amanecer se calmó el viento. Después regresó. Pero hubo un momento en esa madrugada en que todo se quedó tranquilo, como si el cielo se hubiera juntado con la tierra, aplastando los ruidos con su peso... (...)
-Pero al rato oí yo también. Era como un aletear de murciélagos en la oscuridad, muy cerca de nosotros. De murciélagos de grandes alas que rozaban el suelo. Me levanté y se oyó el aletear más fuerte, como si la parvada de murciélagos se hubiera espantado y volara hacia los agujeros de las puertas y las vi.
-Un día traté de convencerlos de que se fueran a otro lugar, donde la tierra fuera buena.
“¡Vámonos de aquí! -les dije-. No faltará modo de acomodarnos en alguna parte. El gobierno nos ayudará” (..).
“¿Dices que el gobierno nos ayudará, profesor? ¿Tú no conoces al gobierno?”
-Les dije que sí.
'También nosotros lo conocemos. Da esa casualidad. De lo que no sabemos nada es de la madre de gobierno.'
-Yo les dije que era la Patria. Ellos movieron la cabeza diciendo que no. Y se rieron. Fue la única vez que he visto reír a la gente de Luvina. Pelaron los dientes molenques y me dijeron que no, que el gobierno no tenía madre".
Luvina
Juan Rulfo

La piedra filosofal

¿Qué harías tú con una piedra? ¿Brincarla o rodearla?

En la piedra: el distraído se tropieza.
El violento la lanza como proyectil.
El emprendedor construye
El campesino descansa
Los niños juegan
David mató a Goliat
Miguel Angel hizo una escultura

Pero la diferencia nunca estuvo en la piedra si no en el hombre que la encontró.
Por lo tanto, no existe piedra en tu camino que no puedas aprovechar...
Anónimo

¿Que tal la piedra filosofal que convierte el plomo en oro y que otorga la eterna juventud y la inmortalidad?, según Isaac Newton y otros científicos del medioevo.

Se mezcla la ciencia con la espiritualidad para transmutar la materia a través de la Piedra Filosofal. Y se cree posible crear un homúnculo, clon del hombre, rudimentario y pequeño como el creado por Paracelso de quien se dice que su homúnculo se volvió contra su creador y huyó.

Un maestro me decía: "la piedrita en el zapato" porque me gustaba hacer preguntas; y genio y figura... Sólo que muy pocos han sabido qué hacer conmigo. Nunca supieron "moldearme". Ajá.

Karmen Martinez

En silencio

...Es un dolor callado
como sólo el árbol siente
cuando su rama desnuda
en el invierno inclemente
brilla a la luz de la luna.

Karmen Martìnez