jueves, 22 de septiembre de 2016



El mundo es como la maquinaria de un reloj, avanza inexorable con su tic-tac eterno. Pero sus elementos, partes fundamentales e imprescindibles para el avance lo limitan. La eterna división y estructura; su estructura humana es la que entorpece su marcha que debiera ser perfecta y así, uno de sus engranajes avanza en una dirección; el otro, en otra diferente:

Los del norte, los del sur
Los blancos, los negros
Los feos, los bonitos
Los “sabios”, los tontos
Los de oriente, los de occidente
Los ricos, los pobres
Los de una religión, los de otra
Los cultos, los ignorantes
Los viejos, los jóvenes
Los de una raza, los de otra
Los gordos, los flacos


¿Por qué no unificar las diferencias; más que unificarlas, respetarlas para darle al mundo la estabilidad que necesita y pide desesperadamente?

Desesperadamente
Karmen Martìnez

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