Misterio
(A Samuel Eduardo)
La muerte me arrebata tu juvenil ternura; conjunto idolatrado de varonil
nobleza.
Enigma desolado, destino ineludible, de un dolor inhumano mantiene a mi alma
presa.
Al mirar tu retrato y encontrarme tus ojos de brillante y dulce miel cautiva en
tus pupilas
mi razón busca en vano encontrar un intersticio que me introduzca en tu alma de
aguas claras, tranquilas.
Pero yo…
No logro descifrar la enigmática mirada de ojos tan profundos que me hieren el
alma:
miradas que se callan cerradas al misterio, tras velo inescrutable de dudas o
de calma.
Emerges de mi alma doliente y aterida, dejándola vacía y perdiéndose en la
nada;
sin rumbo, como barca en mitad del mar nocturno, sin brújula ni velas, en negra
marejada.
Olvidada y confusa mirando a las estrellas, buscando un horizonte en la noche
tenebrosa;
mi alma de cristal, impresionable y sensitiva se agita, aleteando: extraviada
mariposa.
Mi corazón deshecho te grita delirante, te busca revolviendo los sueños y la
bruma;
flotando entre las sombras, hendiendo la agonía, en monte, en cielo y en, del
vasto mar, la espuma.
Pero tú no respondes y mi voz no te alcanza y un profundo silencio por olas
quebrantado,
retumbando en la noche opresiva y misteriosa los latidos frena, de mi corazón
desgarrado.
El brillo de esos ojos que ocultan horizontes, estrellas en la noche desierta y
solitaria;
si ríen o si lloran o vuelan con el viento, ¡quién pudiera adivinar que ocultan
o qué callan!
Te quedarás en mi corazón, joven por siempre. No surcarán las arrugas ya tu
adorable faz
ni marchitarán las canas tu lozana frente ni volverá el mundo a lastimarte
jamás.
Ve en paz, amor mío, busca un lugar de ensueño; encuentra a aquellos, todos los
que te amaron tanto.
Sé feliz en el tiempo y el espacio infinitos, y sigue con tus notas, tus sueños
y tu canto.
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